viernes, 6 de julio de 2007

La costa del Egeo de Turquía.



Si bien es posible visitar la costa del Egeo turco con servicio público, una red de autobuses, minibuses y dolmuş o taxis colectivos comunican las diferentes ciudades y pueblos, lo ideal es alquilar un coche en el aeropuerto de Estambul, Turquía reconoce el carné de conducir español, y tomar rumbo al oeste. Turquía tiene una pequeña porción de costa del Egeo en Europa, la península de Gallipoli que comunica Tracia con Anatolia, allí estuvieron acantonadas las tropas de los almogávares a principios del siglo XIV, una epopeya que ha servido de inspiración para una de las mejores novelas de Ramón J. Sénder, Bizancio. Estos soldados catalanes habían ido a ayudar a los bizantinos en la lucha contra unos otomanos que habían puesto sus ojos al otro lado del estrecho. Gallipoli termina en los Dardanelos, canal de acceso entre el Mediterráneo y el mar de Mármara y escenario de violentos combates durante la Primera Guerra Mundial en la que perdieron la vida casi cuatrocientos mil soldados, australianos y neocelandeses en su mayoría, como recordaran aquellos que han visto Gallipoli (1981) con un Mel Gibson en el inicio de su carrera. Las agencias de viaje locales organizan excursiones a los escenarios de la contienda, al museo local y el Anzak Memorial donde están grabadas las palabras de Mustafa Kemal Atatürk, el padre de la República de Turquía que precisamente se dio a conocer en este escenario: “ Descansan en paz, no hay diferencia entre los Johnies y los Mehmets, enterrados juntos aquí en este país nuestro, Tú, madre que mandaste a tus hijos desde países lejanos, sécate las lágrimas, tus hijos descansan en paz.”

Al otro lado del estrecho, ya en Asia, se alza el castillo de Çanakkale, en medio de un tranquilo pueblo de pescadores donde podemos comer pescado y marisco acompañado de un buen rakı, el anís local que se toma rebajado con agua, en el paseo marítimo y planear excursiones a Troya situada a poco más de cincuenta kilómetros. El arqueólogo alemán Heinrich Schlieman empezó a excavar en Troya en 1870, encontrando los restos de cuatro asentamientos datados entre los años 3.000 y 1.800 a.C. Se cree que la Troya de la Iliada es la Troya VI (1.800-1.275 a.C.). Hoy en día no quedan grandes restos de la ciudad, sino más bien una serie de zanjas, restos de murallas y un gran caballo a la entrada del recinto arqueológico dan testimonio de lo que fue. Sin embargo, son tantos los referentes que tenemos sobre la ciudad, fruto de nuestras lecturas o de las películas que hemos visto, que no nos será difícil reconstruirlo con la ayuda de la imaginación, al fin y al cabo ahí estuvieron Paris, Helena, Aquiles, Agamenón, Héctor, Néstor, muchos dioses del Olimpo como Zeus, Atenea y, además, siempre nos quedará Homero.

Siguiendo la carretera hacia el sur llegaremos a Assos, ciudad que acogió, entre otros, a Aristóteles y a su discípulo Alejandro Magno que no tardó en conquistarla. Desde el templo de Atenea que domina la acrópolis podremos contemplar una espectacular vista de la costa y, a lo lejos, la isla griega de Lesvos. A lo largo de la a carretera que conduce a Ayvalık existen abundantes restaurantes, hoteles y playas que nos permitirán descansar. Esta parte del Egeo es la elegida como lugar de veraneo de los habitantes de Estambul. Desde Ayvalık es posible ir a la isla de Alibey en bote o a Lesvos en ferry. Bergama, la antigua Pérgamo, está a tan solo 50 km. Esta ciudad dio nombre al pergamino y, en la antigüedad tenía una de las bibliotecas más importantes del mundo con unos 200.000 volúmenes entre papiros y pergaminos. El contenido de la biblioteca fue ofrecida por Julio César a Cleopatra, en compensación por el incendio de la de Alejandría. La historia de Pérgamo es una historia de pérdidas, primero dejó de ser una de las capitales de la memoria y más tarde se llevaron uno de los templos más bellos de la antigüedad. A finales del siglo XIX Carl Human logró la autorización del sultán Abdül Hamid II para llevarse a Berlín el altar de Zeus, famoso por sus altorrelieves que actualmente se exhibe en el Museo de Pérgamo de Berlín. Poco queda de la que fuera rival de Alejandría, pero merece la pena hacer un alto en el camino, ascender a la acrópolis, pasear por el ágora, ver la muralla bizantina o entrar al museo arqueológico que cuenta con una buena colección de estatuas.

No estamos muy lejos de Īzmir, la tercera ciudad más grande de Turquía, el puerto más importante del Egeo, y dotada de un aeropuerto con conexiones internacionales y tres universidades. La historia de esta ciudad es similar a la del ave fénix, fundada en el III milenio a.C. fue destruida por los lidios, reconstruida por Alejandro Magno, posteriormente fue romana, bizantina y otomana. Esmirna vivió una segunda edad de Oro en el siglo XIX como una de las Escalas de Levante de las que habla el escritor libanés Amin Maauf, un puerto comercial otomano poblado por griegos, levantinos, sefardíes y turcos, e incendiada al final de la Guerra de Liberación Turca en 1922, poco después cambiaría definitivamente su nombre, perdiendo el de Esmirna, en el marco de las reformas de la República de Turquía. Podemos contemplar restos del pasado en el museo arqueológico, el ágora y la parte vieja, también llamada el Konak, presidida por una torre con un reloj regalo del sultán Abdül Hamid II en 1901. A lo largo del paseo marítimo quedan algunas casas del siglo XIX que se salvaron del incendio, si queremos descansar podemos hacerlo en algún café frente a los muelles, perdernos en los bazares o cenar e el Çiçek Pasajı. Esta ciudad de tres millones de habitantes está dotada de las mejores instalaciones hoteleras, restaurantes, discotecas y bares. Īzmir sigue siendo manteniendo el espíritu de metrópoli del Mediterráneo oriental, acogiendo a los viajeros como bien lo lleva haciendo a lo largo de milenios. No dejen de probar la especialidad gastronómica, el izmirli köfte, una albóndiga con salsa de tomate, y el çöp şiş, unos pinchos morunos, acompañados de tomates, berenjenas y cebollas a la brasa.

A unos 80 kilómetros al oeste se encuentra Çeşme, en cuya bahía tuvo lugar la destrucción de la flota turca por la rusa en 1770. A partir de este momento los otomanos empezaron a realizar alianzas con otras naciones como España en 1782, acabando con cuatro siglos de guerras navales en el Mediterráneo, como la de Lepanto, en la que participó el autor de Don Quijote. Uno de los mejores emplazamientos para ver la bahía de Çeşme es el castillo de los genoveses del siglo XIV que domina el puerto, la parte vieja tiene varias mezquitas del siglo XVIII y casas de madera donde se puede comer y adquirir antigüedades y recuerdos. Desde Çeşme hay una conexión diaria a la isla griega de Kios en ferry o se puede ir a las playa de Ilica, situadas a 4 km que cuenta con fuentes de agua termales.

Retomando el camino hacia Īzmir y siguiendo la costa hasta el sur llegaremos a Efes, uno de los enclaves más importantes del Mediterráneo Oriental hasta que en el siglo VI su puerto quedara anegado, abandonándose posteriormente la ciudad. Hoy en día podemos admirar los restos de la ciudad romana de Efeso, sus calles, el puerto, casas, teatros y la Biblioteca de Celso que contaba con 14.000 pergaminos y cuya fachada de dos niveles albergaba en sus nichos estatuas de la cuatro virtudes. Es recomendable visitar estas ruinas a primera hora de la mañana, antes de que el mármol se haya recalentado y entrar en el museo arqueológico con dos hermosas estatuas de Artemisa, bronces como el de Eros sobre el delfín y el celebérrimo Príapos. Efeso tiene dos teatros romanos, el más grande, con capacidad para 24.000 espectadores fue testigo de una revuelta anticristiana, provocada por una reacción a un sermón de San Pablo en el año 60. Los adoradores de Artemisa no vieron con buenos ojos este nuevo culto y Pablo tuvo que huir. Esta ciudad jugó un papel importante en los inicios del Cristianismo, tanto por las cartas a los efesios, como por que, según el concilio del año 431, cuatro o cinco años después de la crucifixión Juan y la Madre de Cristo se establecieron en Efeso. En el monte Bülbül existe un santuario mariano donde está la casa donde vivió María. Se trata de un lugar de peregrinación tanto de cristianos, ha sido visitada por los papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, como de musulmanes, El Corán reconocen la virginidad de la Madre de Jesucristo y le dedica varias suras en el capítulo III como la 45 “Cuando dijeron los ángeles: ¡Oh María!, seguramente Dios te anuncia el Verbo divino, su nombre será Cristo, Jesús, hijo de María, ilustre en este mundo, y en el otro, y uno de los aproximados a Dios.”

Desde Efeso podemos reencontrarnos con el mar en Kuşadası o ir a Pamukkale por la carretera E78 hasta Denizli. Pamukkale significa en turco el castillo de algodón, es una estación balnearia con aguas termales conocida por las bañeras de piedra caliza blanca, una de las maravillas de Turquía. Las puestas de sol, con el brillo dorado en las bañeras de piedra y el rumor del agua corriendo por la ladera hacen del lugar un espacio mágico. Muy cerca están las ruinas de Hierápolis, teatros romanos y termas, algunas todavía en uso. Es posible darse un baño en estas terapéuticas aguas y nadar en un escenario de adelfas en flor y restos de columnas.

Kuşadası está muy cerca de Efeso, es el puerto donde echan el ancla los cruceros y otro de los lugares de vacaciones preferidos por los turcos, por lo que abundan las tiendas de recuerdos, restaurantes, bares, hoteles y discotecas. Si se quiere escapar del bullicio es posible hacerlo en las playas de arena fina cercanas a este pueblo o ir por el paseo marítimo hasta el castillo de los Genoveses, situado en una isla muy cerca del puerto a la que se accede por un malecón. Desde Kuşadası se pueden hacer excursiones a Afrodisia, Pamukkale, Mileto o Didima por tierra o ir en ferry a la isla griega de Samos. Cada día un barco realiza este trayecto que dura poco más de una hora y media y cuesta unos 25€. Esta isla, la más oriental del Egeo y una de las más grandes, tiene varios puertos y un aeropuerto con vuelos a Atenas y a Kos. Se trata de una isla verde, con montañas, monasterios, pueblos, lugares de interés arqueológico y todo lo necesario para atender a las necesidades del viajero. El famoso matemático Pitágoras nació en Samos hacia el año 580 a.C., así como Hera, la mujer de Zeus.